"La historia agraria de Guatemala y El Salvador está llena de
millares de pequeños actos de rapiña legal, apoyada en la fuerza, que persiguió
especialmente a los indígenas..."
Edelberto Torres Rivas.
Leyendo las
historias y escuchando la palabra de Gilberto, Chimin, Mariana y Emiliano
(amigos e informantes), pareciera que luego de las luchas de independencia los
Estados latinoamericanas digitaron su futuro en el último cuarto del siglo XIX.
Bajo la influencia del positivismo y el liberalismo económico, los gobiernos
levantaron sus tijeras legales para acabar con todo lo que no fuera productivo,
limpio, ordenado, lógico y blanco. En el caso de El salvador la gran clave es la "Ley de Extinción de
Comunidades", emitida el 15 de febrero de 1881 y la posterior Ley de
Extinción de Ejidos de 1882.
"la indivisión de los terrenos poseídos por comunidades, impide
el desarrollo de la agricultura, entorpece la circulación de la riqueza y
debilita los lazos de la familia y la independencia del individuo...Que tal
estado de cosas debe cesar cuanto antes, como contrarios a los principios económicos,
políticos y sociales que la República ha aceptado…".
Fragmento de la Ley de Extinción de Comunidades.
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Hasta entonces las comunidades indígenas-
campesinas del occidente del país conservaban aún (pese a la desposesión de la
conquista) la tenencia de tierras comunitarias que empleaban para cultivar sus
propios alimentos ancestrales (especialmente maíz, pero también chile, tomate, cacao, calabazas, frijoles, ágabe, entre otros).
La entonces
clase dominante: los hacendados del café, demandaban con fines “productivos”
mano de obra barata y más tierras para el monocultivo. La propiedad privada-individual de la tierra
trajo el consecuente desalojo indígena y la progresiva pérdida del vínculo con
la tierra y con la comunidad. Debieron convertirse en Jornaleros de los
cafetales llegando a trabajar 10 horas diarias a cambio de 25 centavos de Colón
(12 centavos de dólar estadunidense).
Asimismo se
emitieron decretos contra la vagancia, mediante los cuales los terratenientes cafetaleros
se convirtieron en esclavizadores de cualquier campesino o indígena que los
cuerpos de seguridad atraparan por "vagancia".
Esta
situación de creciente desigualdad social se prolongó, pese a varias rebeliones
campesinas esporádicas, hasta la crisis cafetalera de 1929. En este año, luego
del crack de la bolsa de los Estados Unidos la demanda de café se ve detenida y
los precios caen hasta en un 46%. Se reducen los salarios mínimos de modo que para
finales de 1930, la paga en las
haciendas consistía en dos tortillas y dos cucharadas de frijoles salcochados al inicio y al final de la jornada. El peso de la crisis se
descarga en los pobres despojados por lo que el hambre y el descontento se
generalizan.
En este estado de
cosas se lleva adelante el levantamiento
campesino de 1932: una mezcla de insurrección y protesta contra la
propiedad privada de la tierra que acabó convirtiéndose en el etnocidio más grande de la historia
salvadoreña, desde la independencia a esta parte. Por contigüidad histórica o
por coordinación, fue directamente asociado al alzamiento del Partido Comunista
liderado por Farabundo Martí que acusaba fraude en las elecciones legislativas
del 2 de enero de 1932. De modo que la violencia desatada por el gobierno de Hernández
Martínez fue doblemente cruenta: por indígenas y por comunistas.
Farabundo Martí,
fusilado en 1932 por el gobierno de Hernández Martínez
El 22 de enero de 1932 los campesinos-
indígenas armados con machetes tomaron el control de algunas poblaciones del
occidente del país (Juayúa, Nahuizalco, Izalco y Tacuba). Por otro lado, cuarteles como los de Ahuachapán, Santa Tecla y Sonsonate resistieron el ataque y se mantuvieron al servicio del gobierno
nacional. Los rebeldes campesinos asesinaron a veinte civiles y treinta
militares. Pedían los títulos de propiedad de la tierra y sus principales
víctimas fueron los terratenientes y los representantes de la autoridad
pública.
El gobierno no
tardó en reaccionar, recuperando el control de Tucuba (el último reducto
rebelde) en 3 días, por medio de un despliegue militar con el objetivo de
someter a todos los rebeldes.
El general José
Tomás Calderón gozó de armamento y efectivos en abundancia:
El empleo
del armamento superior fue el elemento decisivo en la confrontación y los
relatos hablan de "oleadas de indígenas, barridos por las
ametralladoras". En seguida vino una severísima represión, ejecutada
tanto por unidades del ejército, la policía y la Guardia Nacional, como por
voluntarios organizados en "guardias cívicas".
Historia
de El Salvador, Tomo II, pág. 133, Convenio Cultural México-El Salvador,
Ministerio de Educación, 1994
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Indígenas
fusilados, 1932
Los cadáveres apilados en la calle fueron un cuadro común en aquellos días, pero no han quedado registros de los fallecidos. Varios historiadores coinciden en que fueron alrededor de veinticinco mil personas fallecidas.
Después de la
rebelión, fue ahorcado el líder campesino Francisco Sánchez, mientras que su
homólogo, Feliciano Ama, fue linchado y colgado en presencia de los niños de
una escuela.
Feliciano Ama Francisco Sanchez
En los alrededores
de Izalco, a todos los que se les encontraba portando machete, a todos aquellos
que tenían fuertes rasgos de raza indígena o que vestían trajes indígenas, se
les acusaba de subversivos y eran encontrados culpables. Para facilitar la
tarea de los cuerpos de seguridad, se invitó a todos aquellos que no habían
participado en la insurrección a que se presentaran a la comandancia para
obtener documentos que les legalizaban como inocentes. Cuando llegaron fueron
examinados, y los que presentaban las características indígenas, fueron
apresados. Los fusilaron en grupos de cincuenta en el muro de la Iglesia de la
Asunción. En la plaza frente a la comandancia, varios fueron obligados a cavar
una tumba común, a la cual fueron arrojados tras ser ametrallados.
La presencia militar en la zona fue persistente
durante toda la década que gobernó Hernandez Martínez, con el objetivo de
mantener bajo control a los campesinos para que no se repitiesen los eventos.
En la parte indígena (en su mayoría Maya Pilpil),
los acontecimientos trajeron consigo el exterminio de la mayoría de población
hablante del náhuat, lo cual ha influido en la pérdida casi total de dicha lengua en El
Salvador. Las poblaciones indígenas abandonaron muchas de sus tradiciones y
costumbres por temor a ser capturados.
La historia de El
Salvador continúa con una negra lista de gobiernos militares que mantuvieron
cerrado todo espacio político a la oposición. Las malas condiciones de vida y
la imposibilidad de promover un cambio, llevaron a miles de salvadoreños al
exilio. Así se desencadenó una de las guerras más insólitas e inútiles: La guerra de las 100 horas desatada entre
Honduras y El salvador en 1969.
“La guerra de las
100 horas o también conocida como la guerra del futbol, porque dicen que
estaba jugando El Salvador con Honduras al futbol y hubo un gol que trajo la
discordia. Y ahí nomás Honduras le declaró la guerra a El Salvador…
Lo del futbol fue como la chispa que
encendió la mecha, porque los hondureños se quejaban de que había muchos
salvadoreños trabajando y que se quedaban con los mejores puestos de trabajo.
Dicen que los
salvadoreños que estaban en Honduras la pasaron mal pero acá la guerra nunca
llegó porque ahí nomás la gente se armó con lo que tenía y se fue a cruzar la
montaña de pinos y a enfrentarse con los hondureños. Los invadimos. En pocas
horas avanzaron los salvadoreños saqueando y violando a los vecinos que nos
habían declarado la guerra.
Un anécdota
interesante es la del general que se hizo pasar por religioso: fue en uno de
los pocos enfrentamientos en batalla; un general salvadoreño se disfrazó de
sacerdote y se acercó a las filas enemigas con la excusa de darles la
bendición. Los hondureños lo recibieron y él pudo ingresar en las filas de
soldados y observar cómo estaban organizados y cuantos eran. Entonces después
volvió a donde estaban sus soldados esperando, se sacó el disfraz, atacó y
venció fácilmente.”
Testimonio de
Gilberto de la laguna “El jocotal”, San Miguel.
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“En general el
pueblo apoyaba a los guerrilleros, sobre todo en la sierra donde el pueblo
era más campesino. En Morazán por ejemplo, casi todos los hombres estaban
vinculados a la guerrilla. Una vez, llegaron los militares a la zona y las mujeres
les dieron agua envenenada. Entonces el coronel Domingo Monterrosa las mató a
todas…
Además en cada
cantón los militares reunían a un grupo de hombres como “paramilitares”. Para
que fueran la voz y los ojos de los militares. Así dividían a la población y
se enteraban de quienes eran los jovencitos para reclutar. Todos se apuraban
a reclutar, porque sabían que si no lo agarraban primero era un hombre más en
el bando contrario. Entonces las madres escondían a sus hijos y los hacían
subir al techo, o dormir en los árboles para que no se lo lleve el ejército.
Muchos se trataban de ir para los Estados Unidos.
En general los
militares eran muy sanguinarios y mataban porque sí. Yo vi como mataron a dos
zipotes (niños) porque llorisquearon. Otra vez vi un rótulo que decía
`terminaremos con la lacra de San Miguel` y entonces mataron a los mendigos
de la calle… Nadie investigaba nada, puras muertes impunes… pero en 1984 los
militares mandan a traer a Napoleón Duarte que estaba exiliado en Venezuela.
Duarte impulsa la reforma agraria que apacigua un poco los ánimos y pone
oficinas de Derechos Humanos en los cantones. Los militares tenían la
obligación de traer a los guerrilleros vivos y curarle las heridas.
De todos modos,
los guerrilleros también eran hombres violentos con formación de corte
militar. El presidente actual de la república (Salvador
Zánches Cerén) era comandante de la Fuerza Popular de Liberación (FLP)
y se le achaca la matanza de 70 guerrilleros que se le sublevaron…”
Testimonio de
Gilberto de la laguna “El jocotal”, San Miguel.
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Que la guerrilla, ya para entonces unificada como FMLN (Farabundo Martí
para la Liberación Nacional), se convierta en partido político y entregue las
armas.
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No más servicio militar obligatorio.
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La unificación de todas las fuerzas de estado (policía de hacienda,
Guardia Nacional, Policía nacional, Patrullas paramilitares cantonales) en un
solo cuerpo de no más de 20 mil hombres.
Sin embargo, una de
nuestras informantes: Mariana Tamburini (involucrada en proyectos sociales con
las comunidades), se refirió a los acuerdos de paz como un error y un engaño: “en
las negociaciones muchos de los proyectos sociales de la guerrilla, como la ley
general de aguas, la ley de soberanía alimentaria o el aborto terapéutico,
fueron dejados de lado. Además los izquierdistas que no quisieron negociar
fueron perseguidos y asesinados.”
Así, luego de un siglo
de tijeras legales, resistencia del pueblo y lucha armada, para fines del siglo
XX El Salvador presentaba: la desaparición de la identidad indígena y su
vínculo con la tierra, el campesinado diezmado y atemorizado, el exilio
generalizado hacia el gigante del norte y una juventud errante.
Además, y con esto Carlos
Martínez explica en su artículo “Barrio roto”, el origen de las maras salvadoreñas:
- La policía nacional se
encontraba en crisis y rearmándose a partir de la confluencia de grupos
heterogéneos. Basta imaginarse a un guerrillero y a un policía que habían
pasado una década de enfrentamiento, tratando de conciliar fuerzas y trabajar
juntos.
- Los jóvenes se vieron libres del
servicio militar y reanudaron su rivalidad histórica entre escuelas
“nacionales” y escuelas “técnicas”. Se encontraban en la plaza Libertad en el
centro de San Salvador y se tiraban piedras.
- En 1994 Gorge Bush padre lanza una ola de deportaciones de
indocumentados salvadoreños. Muchos de los cuales habían huido de la guerra de
guerrilla durante la década del 80 y se habían asociado a pandillas de los Ángeles
(La mara 18, una de las más antiguas pandillas angelinas consolidada en los
años 50`; y la mara Salvatrucha, MS- 13, consolidada en la década del 80 por
centroamericanos)
El vínculo entre los
pandilleros deportados y los estudiantes se consolida, según Carlos Martínez, el
15 de septiembre del 94` cuando la plaza Libertad se ve afectada a la
conmemoración de la independencia. Los estudiantes se refugian junto con los
pandilleros en un bar y la policía al registrarlos, en uno de sus primeros
operativos, encuentra un arma de fuego. Como resultado los meten presos a todos
juntos durante tres días. Así empiezan los primeros “brincos” de adolescentes
al “barrio 18”. La iniciación consistía en una paliza de 18 segundos
proporcionada por tres “homeboys”.
El fenómeno en un principio
es urbano y logra asociar la rivalidad entre escuelas nacionales y técnicas,
con la rivalidad entre “barrio 18” y “mara salvatrucha”. Los jóvenes encuentran
un grupo de pertenencia, algo por lo que luchar y morir. La adhesión a uno u
otro bando se expande con rapidez por todo el país y las maras se hacen cargo
de todos los negocios ilegales como las drogas y la prostitución. Se dividen
los barrios según sean fieles a una u a otra pandilla y comienzan a cobrarle a
los vecinos un “impuesto” a cambio de seguridad.
Para principios del
siglo XXI la mayoría de los “homeboys” originales, es decir los que venían
deportados del norte, y los principales “palabreros” se encontraban en las
cárceles. Pero entonces el fenómeno se hace casi inabarcable: se fragmentan en
facciones y gran parte de las directrices se dictan desde las cárceles… el
Estado Nacional no encuentra que hacer con este menstruo sin rostro que se fue
forjando tras un siglo de violencia absurda y que pone de manifiesto el sin
sentido de la falta de identidad.
Argueta, M.: “Un día en
la vida”, Biblioteca básica de literatura salvadoreña, 2011.
Enciclopedia cubana: “Masacre de Mozote”, en línea:
http://www.ecured.cu/index.php/Masacre_del_Mozote
Martinez, Nestor: “Los orígenes de la matanza indígena de 1932 en El Salvador” en línea: http://www.diariocolatino.com/es/20110126/perspectivas/88815/
Martínez, Carlos: “El Barrio roto”, en línea: https://cronicasperiodisticas.wordpress.com/2011/11/20/el-barrio-roto/
Martínez, Oscar y Ots, “Crónicas negras, desde una región que no cuenta”, en línea:
www.elfaro.net
Mined, Historia de
El Salvador, Tomo II, Convenio Cultural
México-El Salvador, Ministerio de Educación, 1994.
Museo
de la Palabra y la Imagen (MUPI – El Salvador), en línea: http://museo.com.sv.
“Observatorio latinoamericano 9: Dossier
El salvador”, Publicación del Instituto de
Estudios de América Latina y el Caribe de Universidad de Buenos Aires, Facultad
de Ciencias Sociales; 2012, en línea: www.plataformademocratica.org
Testimonio de Rufina Amaya, en línea: http://quejoder.wordpress.com/2004/09/18/testimonio-de-rufina-amaya-el-mozote-1981/
Audiovisuales:
“La vida loca”
Fuentes Orales:
Gilberto de la laguna “El Jocotal”, San miguel.
Chimín, Melvin, Blanca Rosa y Juan Carlos de
Suchitoto.Galina del Museo Comunitario para la Paz de Suchitoto.
Mariana y Emiliano, trabajadores sociales de San salvador