viernes, 9 de enero de 2015

Claves históricas y luchas sociales en el "Pulgarcito de América"

"La historia agraria de Guatemala y El Salvador está llena de millares de pequeños actos de rapiña legal, apoyada en la fuerza, que persiguió especialmente a los indígenas..."

Edelberto Torres Rivas.
 
Leyendo las historias y escuchando la palabra de Gilberto, Chimin, Mariana y Emiliano (amigos e informantes), pareciera que luego de las luchas de independencia los Estados latinoamericanas digitaron su futuro en el último cuarto del siglo XIX. Bajo la influencia del positivismo y el liberalismo económico, los gobiernos levantaron sus tijeras legales para acabar con todo lo que no fuera productivo, limpio, ordenado, lógico y blanco. En el caso de El salvador la gran clave es la "Ley de Extinción de Comunidades", emitida el 15 de febrero de 1881 y la posterior Ley de Extinción de Ejidos de 1882.

"la indivisión de los terrenos poseídos por comunidades, impide el desarrollo de la agricultura, entorpece la circulación de la riqueza y debilita los lazos de la familia y la independencia del individuo...Que tal estado de cosas debe cesar cuanto antes, como contrarios a los principios económicos, políticos y sociales que la República ha aceptado…".
Fragmento de la Ley de Extinción de Comunidades.
 

 Hasta entonces las comunidades indígenas- campesinas del occidente del país conservaban aún (pese a la desposesión de la conquista) la tenencia de tierras comunitarias que empleaban para cultivar sus propios alimentos ancestrales (especialmente maíz, pero también chile, tomate, cacao, calabazas, frijoles, ágabe, entre otros).

La entonces clase dominante: los hacendados del café, demandaban con fines “productivos” mano de obra barata y más tierras para el monocultivo. La propiedad privada-individual de la tierra trajo el consecuente desalojo indígena y la progresiva pérdida del vínculo con la tierra y con la comunidad. Debieron convertirse en Jornaleros de los cafetales llegando a trabajar 10 horas diarias a cambio de 25 centavos de Colón (12 centavos de dólar estadunidense).  

Asimismo se emitieron decretos contra la vagancia, mediante los cuales los terratenientes cafetaleros se convirtieron en esclavizadores de cualquier campesino o indígena que los cuerpos de seguridad atraparan por "vagancia".

Esta situación de creciente desigualdad social se prolongó, pese a varias rebeliones campesinas esporádicas, hasta la crisis cafetalera de 1929. En este año, luego del crack de la bolsa de los Estados Unidos la demanda de café se ve detenida y los precios caen hasta en un 46%. Se reducen los salarios mínimos de modo que para finales de 1930, la paga en las haciendas consistía en dos tortillas y dos cucharadas de frijoles salcochados al inicio y al final de la jornada. El peso de la crisis se descarga en los pobres despojados por lo que el hambre y el descontento se generalizan.

En este estado de cosas se lleva adelante el levantamiento campesino de 1932: una mezcla de insurrección y protesta contra la propiedad privada de la tierra que acabó convirtiéndose en el etnocidio más grande de la historia salvadoreña, desde la independencia a esta parte. Por contigüidad histórica o por coordinación, fue directamente asociado al alzamiento del Partido Comunista liderado por Farabundo Martí que acusaba fraude en las elecciones legislativas del 2 de enero de 1932. De modo que la violencia desatada por el gobierno de Hernández Martínez fue doblemente cruenta: por indígenas y por comunistas.


Farabundo Martí, fusilado en 1932 por el gobierno de Hernández Martínez

 El 22 de enero de 1932 los campesinos- indígenas armados con machetes tomaron el control de algunas poblaciones del occidente del país (Juayúa, Nahuizalco, Izalco y Tacuba). Por otro lado, cuarteles como los de Ahuachapán, Santa Tecla y Sonsonate resistieron el ataque y se mantuvieron al servicio del gobierno nacional. Los rebeldes campesinos asesinaron a veinte civiles y treinta militares. Pedían los títulos de propiedad de la tierra y sus principales víctimas fueron los terratenientes y los representantes de la autoridad pública.

El gobierno no tardó en reaccionar, recuperando el control de Tucuba (el último reducto rebelde) en 3 días, por medio de un despliegue militar con el objetivo de someter a todos los rebeldes.

El general José Tomás Calderón gozó de armamento y efectivos en abundancia:

El empleo del armamento superior fue el elemento decisivo en la confrontación y los relatos hablan de "oleadas de indígenas, barridos por las ametralladoras". En seguida vino una severísima represión, ejecutada tanto por unidades del ejército, la policía y la Guardia Nacional, como por voluntarios organizados en "guardias cívicas".
Historia de El Salvador, Tomo II, pág. 133, Convenio Cultural México-El Salvador, Ministerio de Educación, 1994

 







Indígenas fusilados, 1932

Los cadáveres apilados en la calle fueron un cuadro común en aquellos días, pero no han quedado registros de los fallecidos. Varios historiadores coinciden en que fueron alrededor de veinticinco mil personas fallecidas.

Después de la rebelión, fue ahorcado el líder campesino Francisco Sánchez, mientras que su homólogo, Feliciano Ama, fue linchado y colgado en presencia de los niños de una escuela.

Feliciano Ama                                                                                                 Francisco Sanchez

En los alrededores de Izalco, a todos los que se les encontraba portando machete, a todos aquellos que tenían fuertes rasgos de raza indígena o que vestían trajes indígenas, se les acusaba de subversivos y eran encontrados culpables. Para facilitar la tarea de los cuerpos de seguridad, se invitó a todos aquellos que no habían participado en la insurrección a que se presentaran a la comandancia para obtener documentos que les legalizaban como inocentes. Cuando llegaron fueron examinados, y los que presentaban las características indígenas, fueron apresados. Los fusilaron en grupos de cincuenta en el muro de la Iglesia de la Asunción. En la plaza frente a la comandancia, varios fueron obligados a cavar una tumba común, a la cual fueron arrojados tras ser ametrallados.

La presencia militar en la zona fue persistente durante toda la década que gobernó Hernandez Martínez, con el objetivo de mantener bajo control a los campesinos para que no se repitiesen los eventos.

]En la parte indígena (en su mayoría Maya Pilpil), los acontecimientos trajeron consigo el exterminio de la mayoría de población hablante del náhuat, lo cual ha influido en la pérdida casi total de dicha lengua en El Salvador. Las poblaciones indígenas abandonaron muchas de sus tradiciones y costumbres por temor a ser capturados.

La historia de El Salvador continúa con una negra lista de gobiernos militares que mantuvieron cerrado todo espacio político a la oposición. Las malas condiciones de vida y la imposibilidad de promover un cambio, llevaron a miles de salvadoreños al exilio. Así se desencadenó una de las guerras más insólitas e inútiles: La guerra de las 100 horas desatada entre Honduras y El salvador en 1969.

 
“La guerra de las 100 horas o también conocida como la guerra del futbol, porque dicen que estaba jugando El Salvador con Honduras al futbol y hubo un gol que trajo la discordia. Y ahí nomás Honduras le declaró la guerra a El Salvador…
 Lo del futbol fue como la chispa que encendió la mecha, porque los hondureños se quejaban de que había muchos salvadoreños trabajando y que se quedaban con los mejores puestos de trabajo.
Dicen que los salvadoreños que estaban en Honduras la pasaron mal pero acá la guerra nunca llegó porque ahí nomás la gente se armó con lo que tenía y se fue a cruzar la montaña de pinos y a enfrentarse con los hondureños. Los invadimos. En pocas horas avanzaron los salvadoreños saqueando y violando a los vecinos que nos habían declarado la guerra.
Un anécdota interesante es la del general que se hizo pasar por religioso: fue en uno de los pocos enfrentamientos en batalla; un general salvadoreño se disfrazó de sacerdote y se acercó a las filas enemigas con la excusa de darles la bendición. Los hondureños lo recibieron y él pudo ingresar en las filas de soldados y observar cómo estaban organizados y cuantos eran. Entonces después volvió a donde estaban sus soldados esperando, se sacó el disfraz, atacó y venció fácilmente.”
 
Testimonio de Gilberto de la laguna “El jocotal”, San Miguel.

 
Exactamente una década después, el golpe de estado de 1979 desató la guerra de guerrilla que se prolongó hasta los acuerdos de paz de 1992. La guerrilla se vio influida por el socialismo de corte cubano y recibió el apoyo del frente sandinista nicaragüense que había logrado derrotar a los somositas y hacerse con el poder. Al mismo tiempo, las fuerzas militares recibieron armamento norteamericano y sumaron a sus filas a los exiliados somosistas. En estos 12 años se calculan más de 100.000 muertos. Según los datos que observamos en “El museo de la Imagen y la palabra” y en el “Museo comunitario de arte para la paz” de Suchitoto, los primeros cuatro años fueron los más crueles y quedó manifestada una clara voluntad de genocidio al asesinar a comunidades y pueblos enteros, sin dejar ni un solo sobreviviente. El testimonio descorazonador de Rufina Amaya (completo en el sitio: http://quejoder.wordpress.com/2004/09/18/testimonio-de-rufina-amaya-el-mozote-1981/), única sobreviviente a la matanza de Mozote en 1981, da fe de los crímenes de estado.

 
“En general el pueblo apoyaba a los guerrilleros, sobre todo en la sierra donde el pueblo era más campesino. En Morazán por ejemplo, casi todos los hombres estaban vinculados a la guerrilla. Una vez, llegaron los militares a la zona y las mujeres les dieron agua envenenada. Entonces el coronel Domingo Monterrosa las mató a todas…
Además en cada cantón los militares reunían a un grupo de hombres como “paramilitares”. Para que fueran la voz y los ojos de los militares. Así dividían a la población y se enteraban de quienes eran los jovencitos para reclutar. Todos se apuraban a reclutar, porque sabían que si no lo agarraban primero era un hombre más en el bando contrario. Entonces las madres escondían a sus hijos y los hacían subir al techo, o dormir en los árboles para que no se lo lleve el ejército. Muchos se trataban de ir para los Estados Unidos.
En general los militares eran muy sanguinarios y mataban porque sí. Yo vi como mataron a dos zipotes (niños) porque llorisquearon. Otra vez vi un rótulo que decía `terminaremos con la lacra de San Miguel` y entonces mataron a los mendigos de la calle… Nadie investigaba nada, puras muertes impunes… pero en 1984 los militares mandan a traer a Napoleón Duarte que estaba exiliado en Venezuela. Duarte impulsa la reforma agraria que apacigua un poco los ánimos y pone oficinas de Derechos Humanos en los cantones. Los militares tenían la obligación de traer a los guerrilleros vivos y curarle las heridas.
De todos modos, los guerrilleros también eran hombres violentos con formación de corte militar. El presidente actual de la república (Salvador Zánches Cerén) era comandante de la Fuerza Popular de Liberación (FLP) y se le achaca la matanza de 70 guerrilleros que se le sublevaron…
 
Testimonio de Gilberto de la laguna “El jocotal”, San Miguel.

 
Los acuerdos de Paz de 1992 le pusieron fin al conflicto armado que se había mantenido parejo durante más de una década. Entre las cláusulas de los acuerdos se establece:

-          Que la guerrilla, ya para entonces unificada como FMLN (Farabundo Martí para la Liberación Nacional), se convierta en partido político y entregue las armas.

-          No más servicio militar obligatorio.

-          La unificación de todas las fuerzas de estado (policía de hacienda, Guardia Nacional, Policía nacional, Patrullas paramilitares cantonales) en un solo cuerpo de no más de 20 mil hombres.

Sin embargo, una de nuestras informantes: Mariana Tamburini (involucrada en proyectos sociales con las comunidades), se refirió a los acuerdos de paz como un error y un engaño: “en las negociaciones muchos de los proyectos sociales de la guerrilla, como la ley general de aguas, la ley de soberanía alimentaria o el aborto terapéutico, fueron dejados de lado. Además los izquierdistas que no quisieron negociar fueron perseguidos y asesinados.”

 
Así, luego de un siglo de tijeras legales, resistencia del pueblo y lucha armada, para fines del siglo XX El Salvador presentaba: la desaparición de la identidad indígena y su vínculo con la tierra, el campesinado diezmado y atemorizado, el exilio generalizado hacia el gigante del norte y una juventud errante.
Además, y con esto Carlos Martínez explica en su artículo “Barrio roto”, el origen de las maras salvadoreñas:

-         La policía nacional se encontraba en crisis y rearmándose a partir de la confluencia de grupos heterogéneos. Basta imaginarse a un guerrillero y a un policía que habían pasado una década de enfrentamiento, tratando de conciliar fuerzas y trabajar juntos.

-         Los jóvenes se vieron libres del servicio militar y reanudaron su rivalidad histórica entre escuelas “nacionales” y escuelas “técnicas”. Se encontraban en la plaza Libertad en el centro de San Salvador y se tiraban piedras.

-         En 1994 Gorge Bush padre lanza una ola de deportaciones de indocumentados salvadoreños. Muchos de los cuales habían huido de la guerra de guerrilla durante la década del 80 y se habían asociado a pandillas de los Ángeles (La mara 18, una de las más antiguas pandillas angelinas consolidada en los años 50`; y la mara Salvatrucha, MS- 13, consolidada en la década del 80 por centroamericanos)

El vínculo entre los pandilleros deportados y los estudiantes se consolida, según Carlos Martínez, el 15 de septiembre del 94` cuando la plaza Libertad se ve afectada a la conmemoración de la independencia. Los estudiantes se refugian junto con los pandilleros en un bar y la policía al registrarlos, en uno de sus primeros operativos, encuentra un arma de fuego. Como resultado los meten presos a todos juntos durante tres días. Así empiezan los primeros “brincos” de adolescentes al “barrio 18”. La iniciación consistía en una paliza de 18 segundos proporcionada por tres “homeboys”.

El fenómeno en un principio es urbano y logra asociar la rivalidad entre escuelas nacionales y técnicas, con la rivalidad entre “barrio 18” y “mara salvatrucha”. Los jóvenes encuentran un grupo de pertenencia, algo por lo que luchar y morir. La adhesión a uno u otro bando se expande con rapidez por todo el país y las maras se hacen cargo de todos los negocios ilegales como las drogas y la prostitución. Se dividen los barrios según sean fieles a una u a otra pandilla y comienzan a cobrarle a los vecinos un “impuesto” a cambio de seguridad.

Para principios del siglo XXI la mayoría de los “homeboys” originales, es decir los que venían deportados del norte, y los principales “palabreros” se encontraban en las cárceles. Pero entonces el fenómeno se hace casi inabarcable: se fragmentan en facciones y gran parte de las directrices se dictan desde las cárceles… el Estado Nacional no encuentra que hacer con este menstruo sin rostro que se fue forjando tras un siglo de violencia absurda y que pone de manifiesto el sin sentido de la falta de identidad.

maras

    
 Fuentes:

Argueta, M.: “Un día en la vida”, Biblioteca básica de literatura salvadoreña, 2011.

Enciclopedia cubana: “Masacre de Mozote”, en línea: http://www.ecured.cu/index.php/Masacre_del_Mozote

Martinez, Nestor: “Los orígenes de la matanza indígena de 1932 en El Salvador” en línea: http://www.diariocolatino.com/es/20110126/perspectivas/88815/

Martínez, Carlos: “El Barrio roto”, en línea: https://cronicasperiodisticas.wordpress.com/2011/11/20/el-barrio-roto/
Martínez, Oscar y Ots, “Crónicas negras, desde una región que no cuenta”, en línea: www.elfaro.net

Mined, Historia de El Salvador, Tomo II,  Convenio Cultural México-El Salvador, Ministerio de Educación, 1994.
Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI – El Salvador), en línea: http://museo.com.sv.

“Observatorio latinoamericano 9: Dossier El salvador”, Publicación del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales; 2012, en línea: www.plataformademocratica.org

Testimonio de Rufina Amaya, en línea: http://quejoder.wordpress.com/2004/09/18/testimonio-de-rufina-amaya-el-mozote-1981/

Audiovisuales:

“La vida loca”

Fuentes Orales:

Gilberto de la laguna “El Jocotal”, San miguel.
Chimín, Melvin, Blanca Rosa y Juan Carlos de Suchitoto.
Galina del Museo Comunitario para la Paz de Suchitoto.
Mariana y Emiliano, trabajadores sociales de San salvador

 

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